lunes, 10 de marzo de 2014

Derribo del viejo Palacio Arzobispal de Burgos

Para cualquier visitante actual que contemple la Catedral de Burgos se le hará difícil imaginar que hace apenas un siglo la visión era muy diferente. Conseguir la bella perspectiva de la que gozamos ahora fue una costosa labor. La Catedral estaba tapada por numerosos inmuebles de muy variados tamaños y facturas, entre los que destacaban por encima de todos el Palacio Arzobispal adosado a su fachada sur y que impedía verla en su conjunto. Ésta es la historia de su derribo, del que conmemoramos su primer centenario.


La Catedral de Burgos ha sido sometida desde el inicio de su construcción en el siglo XIII a un continuo proceso de embellecimiento interior siguiendo las directrices estéticas del momento. De ahí que podamos contemplar en ella capillas, sepulcros, retablos y demás ornamentos con características tan variadas (góticas, renacentistas, barrocas…). Pero una de las transformaciones más importantes fue la que afectó a su exterior en los siglos XIX y XX.

Documentos fechados en el siglo XIV atestiguan que la catedral se encontraba rodeada de casas que empachaban la vista e impedían verla en su conjunto. Por ello, las autoridades de la ciudad habían intentado en numerosas ocasiones aislar el entorno de la catedral ya desde esa fecha. Pero no alcanzaron su objetivo y en pleno siglo XIX la catedral aún seguía rodeada por viejos y feos caserones. Incluso el Palacio Arzobispal estaba adosado por completo a la fachada sur del templo.

Dicho palacio se comenzó a construir a la par que la catedral y como ésta se vio sometido a enormes transformaciones, fruto de las cuales se fue convirtiendo en una mole irregular, asimétrica y falta de armonía, con tejados de distinta altura y sin ni siquiera alineación en su fachada principal. Además, tras el incendio sufrido en la Guerra de la Independencia, el edificio había quedado en estado muy deteriorado y exigió costosas obras para que pudiera volver a habitarse. Natural, entonces, que todo Burgos pidiera su derribo, porque no se justificaba la conservación de semejante edificio carente de toda belleza y que impedía contemplar la catedral en una de sus vistas más admirables.

Siendo alcalde Timoteo Arnáiz, en 1849 el Ayuntamiento acordó demoler cierto número de casasNuño Rasura, Cuadro y Lencería, circundantes a la catedral, aprovechando la reforma de las mismas y alegando razones de salubridad y buen aspecto. No pudo conseguirse la misma suerte para el Palacio porque la máxima autoridad eclesiástica de la provincia y el general Ros de Olano se opusieron al proyecto. Hubo de esperarse al nombramiento de Fernando de la Puente (1858-1867) como nuevo arzobispo de Burgos para proceder al derribo parcial del Palacio, en concreto la fachada este, dejando al descubierto la magnífica Puerta del Sarmental, una de las más sobresalientes del arte gótico. Nadie podía prever que poco después, en 1869, por las monumentales escaleras de esa puerta correría la sangre del gobernador civil Isidoro González de Castro tras el linchamiento al que fue sometido por parte del populacho enardecido. Pero esa es otra historia que contaremos en otro momento.
viejas, pequeñas y modestas de las calles

Sufriría el Palacio nuevas reformas de mejora en su habitabilidad durante los años finales del XIX, sin permitirse la demolición completa. Mientras los miembros del Consistorio pretendían su derribo, el Arzobispado aspiraba a su ampliación, lo que provocó frecuentes encontronazos acerca del futuro del Palacio.

Hubo de esperarse a que entrara el nuevo siglo y a que el propio edificio fuese declarado en ruina para que el nuevo arzobispo José Cadena y Eleta y el Ayuntamiento, con Manuel de la Cuesta a la cabeza, acordasen por fin su derribo y la construcción de un nuevo palacio cercano al Paseo de la Isla. Las obras de derribo se iniciaron el 20 de julio de 1914 bajo la supervisión del arquitecto Vicente Lampérez. Así que apenas han sido cien años los que burgaleses y visitantes llevamos gozando de la visión de la fachada sur de la catedral sin elementos que la oculten.

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